La pandemia del racismo de George Floyd a Alejandro Treukil

La violencia racial como pandemia global 

George Floyd ha sido víctima del racismo estadounidense, un racismo que se entrelaza con el poder y sus aparatos policiales. De este acto, ha sido un policía (quien lo mató) y un presidente (que demostró su desdén frente al caso) quienes encendieron las alarmas de la sociedad no solo estadounidense sino mundial. El supremacismo, en general, es una ideología que la pueden enarbolar quienes no solo siendo personas “blancas” ven a los y las “negras” como personas enemigas, sospechosas y delincuentes. Pues, dependiendo del contexto las personas “negras” pueden ser indígenas, mujeres, pobres o LGBTI+. Para el supremacismo, que convive con el poder y las fuerzas policiales, estas vidas son objetivos sobre las cuales es factible descargar la violencia sobre la base de un motivo: realizar un acto demostrativo de una jerarquía socio-racial y su poder colonial.

La reciente muerte de George Floyd en los Estados Unidos sensibilizó a distintas naciones del mundo donde la violencia racial es pan de cada día. Esta lamentable e innecesaria pérdida se transformó en una reacción –popular, masiva y transversal en el atlántico norte– a los discursos racistas y xenofobos que no solo han avanzado en el plano político electoral, sino que se enquista en ciertos cuerpos armados de la sociedad.  Al igual en Chile no somos ajenos a esta brutal realidad de violencia racial, puesto que las prácticas e ideas racistas han calado profundo en la formación y práctica de las Fuerzas Armadas, Carabineros y la Policia de Investigaciones, acciones que se hacen sentir en Wallmapu. 

Junto con lo anterior, las protestas en el mundo han despertado un poderoso movimiento de revisión de la memoria histórica del colonialismo global. Diversas críticas sobre el relato oficial han reaparecido de la mano de pueblos cada vez más heterogéneos, cuestionando un orden que se declara liberal, fraterno e igualitario. Sin embargo, sus memorias oficiales privilegían una monoculturalidad inscrita en artefactos de memoria aberrantes como monumentos a comerciantes de esclavos o jefes militares que lucharon por mantener sociedades esclavistas. Hemos asistido últimamente al derribo de la estatua de Colon, que en Nueva York se relaciona con la inmigración italiana, símbolo del genocidio de los “pueblos nativos” y la aplicación de la doctrina del descubrimiento en los territorios de los pueblos indígenas del mundo. Pero de estos últimos no se habla, no se les recuerda, pero sí se rinden honores a sus genocidas. Mientras que personas latinas, afros, blancas, indígenas, de todos los géneros y edades han participado de estas acciones y movilizaciones.  

La desmonumentalización de los íconos coloniales iniciada en Wallmapu en la marcha Mapuche unitaria del 29 de octubre último, inscrita en el contexto del despertar y levantamiento de los pueblos de Chile y el Wallmapu, hace parte de una práctica que las sociedades utilizan para zafarse de la marcas que el colonialismo quiere inscribir en nuestras conciencias y espacios públicos. Por tanto, no es coincidencia ver ondear la wenufoye (bandera Mapuche) en las movilizaciones de Londres, Paris, Ginebra o Nueva York. Por lo visto estos movimientos, a través de sus acciones y emblemas, nos bosquejan un movimiento global que pugna por dar vuelta la página en una historia donde el racismo se ha perpetuado gracias a las relaciones coloniales, patriarcales y capitalistas promovidos en un decadente sistema neoliberal. 

Instituciones criminales y grupos de presión e interés

Los reiterados amedrentamientos, amenazas y detenciones de Carabineros a liderazgos Mapuche que han quedado demostrado mediante la Operación Huracán o por el cruel asesinato de Camilo Catrillanca, obedecen a una política de Estado. Aunque buena parte de la gestión que las comunidades hacen por sus tierras se enmarcan en el debido proceso o terminan tramitándose en el marco jurídico e institucional, sorprenden las intromisiones realizadas por la fuerza pública en el hecho de no solo reprimir a las comunidades sino destrozar su infraestructura y atentar contra sus vidas. Históricamente el rol de Carabineros ha sido de actuar como el brazo armado de la gran propiedad y el capital, de manera concomitante al actuar de fiscales, jueces, ministros y gobiernos que desacreditan la historia del genocidio, despojo y actual terrorismo de Estado que aplican en las últimas decadas en el territorio Mapuche.

Sin ir más lejos, el jueves 4 del mes en curso fue asesinado por múltiples balas el werken Alejandro Treukil, quedando otros tres acompañantes heridos en una situación que se quiso pasar por abigeato. Sin embargo, anteriormente este werken y su comunidad ya se habían encargado de denunciar por medio declaraciones escritas, entrevistas en medios radiales y registros audio visuales, los modos en que venían siendo hostigados por Carabineros, los cuales hacían demostración de su poder dejando vehículos blindados en el rewe (lugar de importancia ceremonial) de la comunidad o bien descargaban su represión sin motivos aparentes. Producto de estos constantes amedrentamientos el werken ya había resultado herido en la cabeza por balines junto a otros miembros de la comunidad We Newen. La viuda, Andrea Neculpan, con la que Alejandro tuvo tres hijos, denunció como Carabineros un día antes del asesinato de su esposo los habían amenazado de muerte, al igual que a otros miembros de la comunidad.

Hoy, como desde décadas anteriores, la policía civil y uniformada mantiene bajo seguimiento, hostigamiento y apresamiento a líderes y comunidades de distintos territorios. Es un hecho que su misión se inscribe en una estrategia de contención de los procesos de movilización social, cuyas razones se fundan en derechos colectivos reconocidos en el derecho internacional. La actitud de Carabineros, tras una clara opción política, los hace aparecer como un engranaje más de los grupos de presión o de interés. Aquí no se trata de “orden y patria”, sino de sostener y dar continuidad a un sistema que les entrega ventajas económicas y laborales. El gran bochorno de la Operación Huracán hizo ver una vez más como se les asignaba un sobre sueldo o “bono étnico” por destinárseles a reprimir la causa Mapuche, ademas de asignar grados en su carrera policial. Sin duda que Carabineros es un grupo beligerante, lo han venido demostrando a lo largo de su historia actuando bajo una profunda ideología racista que permite el accionar de un “gatillo fácil” sobre los cuerpos Mapuche. El supremacismo que transcurre en Wallmapu construye la idea de vidas despojables; porque finalmente para este racismo ¿qué importa un indio menos, un inferior?

Terrorismo de Estado histórico y actual

La movilización sentida, masiva y transversal que en los Estados Unidos provino de la muerte de George Floyd, dejó acorralado al presidente supremacista Donald Trump en los bunkers subterráneos de la Casa Blanca. Al mandatario se le ocurrió sacar a la calle contingentes de la guardia civil para reprimir movilizaciones pacíficas. Sin embargo, creó una crisis con el estado mayor de sus Fuerza Armadas, quienes expresaron el sin sentido de verse enfrentados a la sociedad civil, la que reconocen tiene el legitimo derecho a manifestarse. Estos mismos voceros del ejército denunciaban el mal uso del poder y de símbolos como la constitución y la biblia que hizo referencia el presidente. Ahora, sí bien se han seguido cometiendo asesinatos por parte de la policía a afroamericanos, en ese país –una de las repúblicas más viejas del continente– su historia esclavista y del despojo a los pueblos Nativo Americanos, parece no resuelta, haciéndoles enfrentarse nuevamente en un presente lleno de incertidumbres y contradicciones. Esta memoria les persigue y reaparecerá constantemente en tanto la profundidad histórica de aquellas heridas coloniales no encuentre un cause posible. No está demás decir que lo descrito aquí ha sido el recorrido histórico de gran parte de los países del continente, y que para estos países le es imposible esconder la herida colonial. 

Precisamente, la instalación del Estado en el Ngulumapu durante el siglo XX tiene en cada época hitos de violencia que entendemos son las repercusiones de la posguerra que siguió a la guerra e invasión de los territorios Mapuche. El clima de terror se ha mantenido por medio del crimen y los robos, a la par que se constituía la propiedad de inmigrantes suizos, franceses, italianos, alemanes y chilenos que se hicieron de la administración de un colonialismo de asentamiento. Bajo esta forma de dominación colonial se hicieron del control, hasta nuestros días, de los centros urbanos donde administraron la justicia, la educación, la política y sus cuerpos paramilitares privados (Comando Hernán Trizano) que actuaron como policías. Todas estas acciones aparecen en la mayor parte de los registros y testimonios históricos del proceso de despojo territorial. En este contexto colonial actual es donde situamos las raíces espurias de Carabineros en Ngulumapu, grupos de fuerza al servicio del genocidio, despojo y la opresión. El hecho que hoy actúen así contra comunidades Mapuche en procesos de recuperación no es azaroso, sino parte de una conducta histórica que viene arraigada en el colonialismo que en nuestros días vivenciamos y que son prácticas racistas que se han normalizado.  

Sabemos que los crímenes de Estado en Chile, atentando contra su propia sociedad, son de larga data. Los momentos en que los grupos armados han roto el orden constitucional ha sido solamente para arreglar su situación particular, generando cambios que han marcado al país, como es el caso del golpe de Estado de 1973. Todo esto a fin de buscar beneficios que hoy usan y viven con total indolencia. Difícilmente existirán cambios sobre la base de los marcos regulatorios contemporáneos considerando que la impunidad ha reinado hasta el día de hoy en gran parte de los asesinatos contra las personas Mapuche.  La misma situación es muy probable que suceda con las violaciones a los derechos humanos realizadas durante los recientes meses de revuelta en Chile y Wallmapu. Solo nos queda el deber de luchar contra esta impunidad. Además, se hace urgente que en los debates constitucionales que impulsó el 18 de octubre del año pasado se comience a pensar otro tipo de función y rol social para estos grupos armados, ya que en este punto está claro que se trata más bien grupos de interés y no garantes imparciales de los derechos humanos de la ciudadanía. Y, mucho menos son garantes de los derechos colectivos de los pueblos que producto del racismo pareciese que sus vidas importarán menos o fuesen de una categoría inferior.

¡¡¡ Black Lives Matter…

…Taiñ Mongen Kafey!!!

Centro de Estudios e Investigaciones – Comunidad de Historia Mapuche

Ngulumapu, junio killen 2020

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