Por Constanza Molina
Adentrarse en barberías colombianas y dominicanas en Santiago es lo que ofrece Recortando fronteras, libro de Karem Pérez y Claudio Alvarado. Más que relatos estéticos de un oficio, los testimonios visibilizan la migración; aquella lucha contra el racismo y los trabajos precarizados como también el abrazo de los pueblos frente al espejo y la navaja. De los peinados como resistencia, la negritud silenciada y el cambio de las masculinidades del hombre chileno, conversamos con su autora.
En calle Catedral, a pasos de la Plaza de Armas, el Centro Cultural Epicentro abre sus puertas para presentar Recortando fronteras. Un peluqueo a contrapelo de la migración contemporánea en Santiago de Chile, investigación de Karem Pérez y Claudio Alvarado Lincopi. El lugar no podría ser más apropiado; hace pocas semanas que Epicentro está a cargo de la Coordinadora Nacional de Inmigrantes, agrupación de la que Karem Pérez es miembro. Ahí se imparten clases de español, gospel haitiano, danza afrocubana y educación popular. Sus vecinos son locales de comida peruana, barberías colombianas, centros de llamados. Al terminar la presentación, el barbero Shaspire man ameniza la jornada cantando sus propios temas al ritmo de reguetón. Parece emerger otro Santiago, en el que las barberías estimulan la transformación de la ciudad y se convierten, a la vez, en pequeñas patrias donde se sobrelleva el desarraigo.
Los peinados afro no son solo una estética de moda, en sus cortes se esconden verdaderas escrituras históricas. En la colonia fueron símbolo de la resistencia anti-esclavista en toda América Latina y el Caribe, a partir de los ’60 un gesto de insurrección corporal contra el blanqueamiento racial con el movimiento de la negritud de Estados Unidos. Y hoy expresan nuevas resistencias e identidades en las manos de barberos colombianos y dominicanos que migraron a Chile, un país que se considera blanco. “Nos preguntamos cómo puede ser que la sociedad chilena todavía no entienda que dentro de su misma genealogía hay mucha presencia de las negritudes, que se han negado obviamente, y también quisimos evidenciar esto”, dice Karem, licenciada en Ciencias Sociales, nacida en Bogotá, Colombia, quien hace tres años vive en Chile.
Fue una visita al primer pueblo negro de América Latina en liberarse, San Basilio de Palenque, lo que motivó la escritura de este libro. En el Festival de Peinados Tradicionales La Reina del Kongo, los autores vieron rememorar a las mujeres esclavas que escondían en sus trenzas las rutas, los mapas de la libertad. “En vez de ocultarlo o pasar desapercibidos lo que hacen los afro en Colombia es identificarse, enorgullecerse. Han hecho un trabajo súper significativo porque no han sido reconocidos”, comenta Karem, quien ha seguido de cerca las vivencias de los migrantes en Chile gracias a la conducción de un programa radial en el que recoge sus testimonios. “El rincón de Nuestra América se hace en la Radio Franklin, ahí veíamos las barberías de colombianos y dominicanos, en el Persa Bio Bio, en Renca, en Quilicura, ya no estaba solo en el centro de Santiago y es un fenómeno social, histórico, que nos interesa”, asegura la bogotana.
En el libro plantean que las barberías son espacios gobernados por la migración en donde, por un lado, hay un aprendizaje mutuo de las naciones—y la frontera se desvanece—, pero por otro lado, se han convertido en un espacio de refugio para los migrantes contra el racismo y la violencia laboral ejercida en Chile. ¿Qué es lo que destacarías más de este cruce, de la interculturalidad versus estas pequeñas patrias recogidos en los testimonios?
Bueno, muchísimas cosas. Fuimos con la idea de sorprendernos y nos brindaron toda la cordialidad del mundo, se sentaron con nosotros a contar sus historias, que es algo invaluable. La migración acá es laboral, más allá de que vivan y sobrevivan de la barbería, para ellos significa una pasión. En un lugar donde no tienen una contención familiar, las barberías resultan ser un espacio de socialización. Ellos nos decían que asumían que en un principio iban a ir solo afros o colombianos a peluquearse ahí, pero empezaron a ir chilenos con la curiosidad de saber y entender al otro. Por eso nosotros decimos que hay una diplomacia de los pueblos, porque los chilenos también se están acercando y no es que se estén negando en lo absoluto. Hay una disposición, sí desde el temor, pero también desde el descubrimiento del otro, de la otredad. Muchas veces nos decían que vienen los chilenos y se sientan y nosotros seguimos hablando con el compañero y a la próxima visita se sienta y me pregunta ¿y qué fue lo que le dijiste en la conversación pasada que yo no entendí? Entonces el chileno quiere aprender un modismo y ahí se inicia una complicidad y de ahí surge un vínculo.
Y desde otro lado, un poco más negativo, que es un refugio en términos de escapar del racismo, los trabajos precarios.
Claro, pues yo no sé si sea negativo en toda la extensión de la palabra porque finalmente muchos de ellos adoptan la barbería justamente porque han pasado por experiencias muy traumáticas. Muchos de ellos decían yo llegué acá a trabajar en la construcción, que si bien es un trabajo que yo puedo hacer no lo quiero hacer porque yo tengo un oficio y es el oficio de la barbería. Resulta que la barbería es un tipo de trabajo donde se escapa de los trabajos exclusivos para los hombres migrantes o para las mujeres migrantes. Entonces es una especie de agenciamiento de parte de los migrantes respecto a unas opresiones laborales muy precisas. Es usted migrante en Santiago de Chile: tiene que o trabajar en la construcción o en la limpieza. Hay toda una precarización del mundo laboral a la que se resisten, es decir, ellos dicen yo vengo a mejorar mis condiciones de vida y no quiero que se repita la historia, no quiere reproducir este sistema de opresión. Y este es un tipo de agenciamiento que efectivamente es exitoso.
La barbería es un espacio masculino, tiene sus códigos, ¿cómo crees tú que se reconfiguran la masculinidades del hombre de Santiago con la llegada de las barberías? Y también ¿qué te pasó a ti al ser mujer al entrar en este espacio masculino?
Bueno, partir por decir que en mi calidad de mujer colombiana, mi relación con la barbería y con la peluquería es más cercana. Llegar a las barberías acá donde es un ambiente muy masculino, pero también en mi calidad de mujer migrante, me permitía establecer un vínculo con ellos. Porque ahí ya no era solamente la mujer, sino la mujer migrante.
Al preguntar por la no presencia de mujeres en ese lugar me permitió entender que la complicidad masculina nace de reforzar la masculinidad del cliente. Entonces, cómo estos hombres muy grandes, con el estereotipo propio del hombre migrante negro, refuerzan en el hombre chileno la masculinidad fue para mí todo un descubrimiento. Pero lo hacen desde una manera en la que ellos ofrecen un servicio emocional, que es como una contradicción. Entienden que tu cliente te quiere escuchar y quiere establecer una relación contigo y se dejan aconsejar porque tú eres el que sabe de qué es cortar. Entonces, hay una complicidad masculina que ellos ven fracturada en la medida en que esté una mujer. Ahí esa complicidad se rompe.
O en presencia de un hombre no heterosexual.
O un hombre no heterosexual. Entonces de alguna manera ellos dicen: no, nosotros pensamos que la barbería es un oficio de hombre. Pero lo que yo descubrí es que es un hombre con una masculinidad muy particular, que se dedica mucho a su estética, a su apariencia. Si bien del todo no es que escapen del machismo y del patriarcado tampoco es que sean ese hombre masculino que quiere reforzar su masculinidad a partir de la opresión de la mujer, no. De hecho ellos reconocen que otro de los campos muy importantes de la barbería es justamente la estética de las manos o que les falta aprender mucho el cuidado de las cejas, que eso antes para un hombre era impensable. Entonces son otras masculinidades que, si bien no son machistas totalmente, es otro tipo de masculinidad, más humana, entendiendo que son hombres que les importa su estética, que les importa ser vistos y que ofrecen un servicio que es un servicio emocional también. Ellos se sientan a escucharte a ti como cliente, manipulando instrumentos de peluquería que son de alguna manera o socialmente muy propios del mundo de lo femenino.
Bueno y esta idea de que es un oficio que más bien se aprende en la calle, que refuerza esa masculinidad.
Claro. Justamente la barbería es un ejercicio, un oficio autodidacta, partiendo desde ese principio: yo aprendí en la calle. ¿Y qué es aprender en la calle?, es practicar con sus amigos, su hermano, su primo. Y aprender que en la calle hay otros códigos, ¿no?, el código de lo público, donde lo masculino puede ser y lo femenino más bien no. Entonces, de ahí también se refuerza la masculinidad de ellos, no son personas que vengan de una academia de belleza, no.
Y en su caso particular también debe ser como toda una reconfiguración cultural. Acá no es lo mismo la patilla cuadrada que lo que representa la patilla en línea, leía.
Bueno, eso justamente fue otro descubrimiento, venir a peluquear en Chile significó una adaptación respecto a las clases sociales y también a los roles sociales, aprender a identificar qué corte le gustaba justamente a determinado tipo de población. Y lo han logrado captar de tal manera que ya llegan y les piden el estilo y ellos ya saben a qué grupo poblacional masculino pertenecen. Es un aprendizaje, son intelectuales orgánicos de la peluquería. Ellos decían aquí vienen desde ladrones hasta policías, también personalidades. Entonces ellos nos dicen qué corte y nosotros sabemos a qué categoría sociocultural pertenecen. Sin hacer un ejercicio académico muy importante ellos están en la capacidad de decirte a ti de qué se trata la sociedad chilena.
En el libro sugieren que la barbería es un espacio donde es posible estimular el pluralismo histórico. Me gustaría que habláramos un poco de ese concepto que tiene que ver más, por lo que entiendo, con una idea de una frontera más movediza y antónimo de esa defensa localista, de lo propio.
Cuando se habla de los pluralismos históricos justamente decimos cómo las experiencias históricas no son de una vez y para siempre, sino que se reproducen permanentemente. Y cómo ellos, los barberos, justamente de su herencia colonial tienen la posibilidad de revivir todas estas reivindicaciones en un lugar que puede ser Bogotá, Colombia, o Franklin en Santiago de Chile. Entonces descubrir cómo las fronteras, en términos más académicos, son porosas; y una barbería que está localizada al interior, a la profundidad del mundo popular chileno, puede significar un territorio internacional y ver cómo las fronteras en ese momento se difuminan, dejan de existir porque justamente hay una interacción que lo permite. Como te decía, los chilenos también están accediendo a ese tipo de experiencia. Es la intersección de muchas cosas: la posibilidad de un enclave muy particular que puede ser Franklin o Renca o Quilicura, tener la posibilidad de vivir y existir con unas historias de vida que cargan una memoria viva de lo que es su identidad, su identidad negra, su identidad afro, su identidad migrante de otros lugares, racializada, precarizada. Porque se enclavan en los mundos populares donde los chilenos muy seguramente experimentan lo mismo y comparten muchas de estas precariedades, también son racializados, también son criminalizados.
Los migrantes colombianos, dominicanos del libro han tenido que convivir violentamente con una negritud silenciada en Chile. ¿Cómo crees tú que el efecto migratorio ayuda a debatir en torno a esta quimera de la blanquitud chilena? Te pongo algunos ejemplos: se discute que en el Censo 2022 se incluya la categoría de afrodescendientes, también hay un proyecto de ley que otorgaría reconocimiento legal a los afrodescendientes en Chile.
Yo creo que es el resultado de un Chile que tiene que enfrentar lo inevitable. En este momento hay personas buscando sus orígenes afrochilenos, personas con inquietudes desde su identidad y cómo su historia de vida las enfrenta muy seguramente con un antepasado negro. Esto llega justamente en un momento donde hay un despertar de las identidades muy importantes, como la identidad mapuche, afro, reforzados por este movimiento migratorio. Hay toda una generación que se está mirando a sí mismo como parte o resultado de mucha violencia y también de mucho silenciamiento. El Estado puede poner un montón de trabas pero la memoria es algo inevitable en la construcción de nuestra identidad. La memoria de nuestros pueblos, la memoria de lo que nos precedió está permanentemente viviendo con nosotros. O sea, la historia está más bien al frente de nosotros, es nuestro espejo. De aquí a veinte años en Chile esto será un enriquecimiento brutal. Por más que el estado chileno quiera mantener su postura o su imagen de blanquitud, de aristocracia, es algo inevitable, del mundo popular y de la gente real. Esa memoria que está negada, que está dormida, es un silencio pero está ahí y está esperando.
Fuente: www.literaturadefronteras.cl/karem-perez-autora-de-recortando-fronteras-en-las-barberias-hay-una-diplomacia-de-los-pueblos/