Por Carlos Macusaya Cruz
La Paz | Bolivia
El video en el que se ve a una “mujer de pollera” siendo víctima de racismo, que recientemente circuló en redes sociales, ha causado repercusiones de toda índole: desde quienes justifican de manera “razonable” la agresión, pasando por quienes dicen que es un montaje, hasta quienes defienden a la víctima con un racismo paternalista y “amable”. Estas reacciones (como el acto de racismo expuesto en el video mencionado) no deberían pasar como algo ocasional pues muestran las taras racistas que comparten no solo los bandos enfrentados aunque ni de uno ni de otro lado se las cuestiona seriamente, tal vez porque el problema no es importante para ninguno. Pero en mi caso, considero que el racismo es un problema central y por ello voy a referirme a él una vez más repitiendo cosas que ya he dicho antes.
Partamos considerado una palabra emblemática en el arsenal de insultos en Bolivia indio. Cuando se suele emplear el término indio la salida más común e ingenua suele ser: “los indios están en la India”. Esto es una evasiva que no se explicita como tal, pero en definitiva funciona eludiendo el problema que está en juego. Cuando en Bolivia (como en otros países) se le dice a alguien indio no se pretende decir que es de la India sino que es de “raza inferior”, lo que descalificaría a quien así ha sido identificado. Por ejemplo, en una discusión entre dos personas una de ellas puede llamar a la otra indio o india para cortar la discusión “en seco”, ya que no importa lo que el indio o la india diga pues por ser de “raza inferior” sus palabras no tendrían valor.
Uno puede pasar de ser objeto de algún ataque racista a ser el agresor, o la inversa, sin que ello signifiqué un cambio sustancial en el propósito que conlleva agredir y “poner en su lugar” a la víctima, enrostrándole su supuesta inferioridad “racial”. La “variación cromática” y somática de la población, en relación a bienes materiales, espacio habitado, formas de vestir y hablar, etc., dan lugar a que unos puedan ser considerados indios en unas circunstancias, en tanto estén frente a otros que no se ven tan indios; mientras que en otras, pueden ser considerados q’aras. El llamar a alguien indio no implica una condición innata por parte de quien, según la situación, es así identificado, sino que es un otro quien llamándolo de esa manera busca demarcar una distancia o separación que entiende es natural respecto al indio, lo que es una expresión clara de racismo.
El racismo es un tema muy íntimo en la sociedad boliviana y por ello se evita hablar de él con pretextos morales, como, por ejemplo: “es malo discriminar, todos somos iguales”; incluso, y esto es muy importante e ilustrativo, para no confrontar la cuestión se suele esgrimir una excusa racista (como si se lanzará fuego contra fuego): “en Bolivia todos somos mestizos”. Téngase en cuenta que esta idea presupone que fuera de nuestro país existirían razas y que no estarían mezcladas o serían puras, a la vez presupone que la mezcla racial sería la particularidad de los bolivianos y lo que les conferiría igualdad biológica, diferenciándolos “racialmente” de los no bolivianos (puras tonterías, pero que tienen efectos prácticos).
El escapé moralista que suele expresase en eso de que “es malo discriminar, todos somos iguales” es una manera de aferrarse a la igualdad humana como especie, en la que no hay razas y por lo mismo el racismo no tendría razón de ser. Sin embargo, el buscar refugio en la generalidad del ser humano como condición universal que invalidaría al racismo es la otra cara del mismo problema: el aferrarse a la imaginada “mezcla de racial” (mestizos) como particularidad de los bolivianos en contraste a lo universal y que invalidaría el racismo entre “hermanos”. Lo “universal abstracto” de ser humanos nos pone frente a una generalidad tal que los procesos concretos en los que el racismo opera dejan de importar. Lo particular “mestizo” no solo es una excusa que busca refugio en la “mezcla racial” desvinculándose de lo general, sino que en lo fundamental hace abstracción de los procesos concretos en los que la simple y nada inocente idea de ser mestizos conlleva la reproducción tacita del racismo.
Los bolivianos no tenemos una particularidad “racial” pues las razas no existen, pero el racismo no queda anulado solo por saber esto. Lo que ha sido considerado como evidencias de “racialidad” entre los seres humanos han sido básicamente diferencias físicas entre grupos culturalmente distinguibles y que en sus interrelaciones unos fueron sobreponiéndose a otros. Los rasgos físicos, forma de los ojos, la nariz, el pelo, pómulos, así como el color de la piel, han sido tomados como “indicadores raciales”. Y estos rasgos son asumidos de esa manera no por alguna determinación biológica, sino por su significación social y es en ese terreno que funciona el racismo. El que no haya razas no quiere decir que el racismo no exista. No existen razas, pero si hay racismo.
El racismo no es un fenómeno que dependa de la existencia de razas sino de la idea de raza. Esta situación puede ser ilustrada tomando la relación entre Dios y la religión: la religión para “existir” no depende de la existencia de Dios, sino de la idea de Dios que habita en la mente de los creyentes. Dios no existe, pero hay gente que cree en él y esta creencia toma la forma de actos, se materializa socialmente en los comportamientos e incluso llega al “fanatismo religioso”. Del mismo modo sucede en el caso de la relación entre raza y racismo: las razas no existen, pero hay gente, mucha gente, que cree que sí y esta creencia, que habita en la mente del racista, se materializa en actos y comportamientos en los que personas con ciertos rasgos físicos, a las que se les atribuye cierta naturaleza, son discriminadas.
Pero la cuestión va más allá, pues la idea de raza no es puramente justificación del racismo “en sí”, sino que esta idea y sus expresiones concretas en racismo se producen dentro de un orden social y en última instancia responden a él, justificándolo y confiriéndole un sentido racializado a las jerarquías que la determinan. La idea de razas responde a un orden social en el que las diferencias étnicas, de clase y de estrato son asumidas como naturales y propias de “razas” distintas (de gentes “hechas por la naturaleza” para esto y no para lo otro). Es decir que el orden social basaría su estabilidad en que cada quien y cada grupo cumpla sus funciones “naturales” y ocupe su lugar sin molestar a los demás. Las transgresiones a este orden se “sancionan” con violencia racista: indio de mierda. Entonces, el racismo tiene que ver con el ejercicio de poder en un espacio donde las diferencias jerárquicas se entienden como diferencias raciales y así se las naturaliza, se las ubica ideológicamente por fuera de las relaciones sociales (como si fueran determinaciones biológicas).
La idea de raza y el racismo son parte de la racialización en tanto ésta es un proceso continuo en el que unos racializan a otros y a su vez son racializados, unos justifican en la producción de un mundo simbólico su situación de poder frente a otros atribuyéndolo a una condición racial. El sentido de la racialización es el de inferioridad bilógica respecto de quienes son racializados como indios, lo que presupone la superioridad “natural” de quienes racializan y por lo mismo asumen implícita o explícitamente la existencia (imaginaria) de alguna diferencia “racial” que los pondría por encima de esos “indios”. Unos son activos al racializar, otros son pasivos, son racializados; papeles que en algunos casos suelen intercambiarse.
Raza, como idea –insisto– es producto de relaciones sociales en las que los rasgos físicos y culturales son “leídos” como insignias del rango social al que el portador no solo pertenece, sino a la que de modo imperativo debe pertenecer, aunque él no lo acepte; se “materializa” en el racismo en tanto ejercicio de poder que demarca limites: hasta dónde puede y no puede llegar, que es lo que debe y no debe hacer quien es considerado de raza inferior (quien es racializado como indio). La racialización vehiculiza el racismo a parir de la idea de raza pero va más allá de lo individual y circunstancial.
La división del trabajo en estas tierras, en términos generales, se ha caracterizado por la segmentación entre grupos diferenciados somática y culturalmente. Así, el trabajo manual (agricultura, zapatería, albañilería, etc.) ha sido identificado como propio de los “indios”, mientras que el trabajo intelectual ha sido identificado como propio de los “no indios”. La riqueza se fue asociando con los segundos mientras y pobreza con los primeros. El lugar que se ocupa en la estructura de producción y en la estructura de mando ha conllevado un tipo de “división racializada del trabajo”, cuyos antecedentes se encuentran en la colonización. Las diferencias en las relaciones de poder que se establecieron entonces y que tomaron formas institucionales fueron dando lugar a un ordenamiento en el que los “indios” proveían de fuerza de trabajo y los españoles se dedicaban a administrar.
De tal situación se fue asumiendo como normal y natural que unos se dedicaran a trabajos manuales y los otros, a dirigir. En consecuencia, los rasgos somáticos y culturales de las poblaciones que proveían mano de obra fueron siendo identificados como signos que señalaban su lugar “natural” en la sociedad, lo que también pasó, aunque en sentido opuesto en el estatus, con los rasgos de quienes dominaban. Estas relaciones de explotación y dominación fueron siendo atribuidas no a su carácter mismo de relaciones sociales sino a una supuesta diferencia racial. Por lo tanto, en términos ideológicos (que tiene sus implicaciones practicas), un “blanco” sin plata puede (y suele) presumir superioridad ante un “indio” con plata.
La racialización ha hecho que las poblaciones consideras “indias” sean más explotables que las “no indias”, es decir que se les puede exigir mayor tiempo de trabajo pero a cambio de un menor salario. En Bolivia se asocia muy frecuentemente la ausencia de formación intelectual con rasgos físicos: tez morena; ojos rasgados; pómulos pronunciados; deficiente manejo del castellano con fuerte acento aymara, por ejemplo. Además, las personas consideradas como de “otra raza”, en sentido de inferioridad, son quienes reciben un menor salario y trabajan más. Se supone que biológicamente estarían hechas para trabajos manuales y de mucho esfuerzo físico; además, se supone que podrían vivir con menos comida que las personas de “raza normal”.
De ello se deriva que el estatus de superioridad este simbolizado en lo que “racialmente” seria opuesto a los indios: los “blancos”, y más abajo en la escala racializada, pero por sobre los indios, los “mestizos”. Por lo mismo no es de extrañar que quienes tienen rasgos físicos de “raza inferior” busquen distanciarse de su entorno social de origen tratando de “blanquearse” en el afán de ascender socialmente, asumiendo a la vez comportamientos racistas “contra su propia raza”, llegando a ser más racistas que los “no indios” contra los “indios”.
El racismo nuestro de cada día no expresa simplemente odio, miedo o desprecio, como suele decirse; no es un simple producto de temores o recelos hacia quienes son vistos como de “otra raza”. Es básicamente la expresión, en actos, comportamientos, actitudes, discursos, representaciones, etc., de un orden social en la que los roles en la estructura económica y en la estructura de mando están diferenciados en sentido racializado. Es decir que el ocupar un puesto o cumplir un tipo de trabajo tiene como condicionante: un tipo de división racializada del trabajo, como ya se señaló.
Sin embargo, a pesar de que el racismo se ha expresado muchas veces en la historia de Bolivia y de que la racialización hace parte fundamental de las relaciones sociales, éstos no han sido motivo de reflexión (salvo honrosas excepciones) ni de acciones serias que busquen entenderlos y desestructúralos (pero eso no ha impedido que sean un apoyo en el mantenimiento de relaciones de dominación. Incluso, en muchos casos, han pasado como si no existieran, como si fueran problemas del pasado o de otros países, pero no de Bolivia. Jugando con las comparaciones se puede decir que el racismo entre los bolivianos es como el alcoholismo entre los alcohólicos: no aceptan que los sean. Así como un alcohólico niega su condición o la minimiza diciendo: “una copita la toma cualquiera, del mismo modo, un racista niega serlo o minimiza su racismo diciendo: “un insulto lo dice cualquiera”.
Volvamos a la comparación entre la relación raza y racismo y la relación ente Dios y la religión. En el racismo seda una inversión en su funcionamiento con respecto a la idea de Dios. Muchos creen en Dios sin verlo, pero no creen que haya racismo, a pesar de verlo y hasta vivirlo. Esto evidencia que Dios no tiene que existir para poder “funcionar” y que el racismo para funcionar tiene que ser tomado como algo que no existe. El racismo opera, las más de las veces, porque es “visto” como inexistente y en este “ver” funciona una serie de representaciones racializadas que naturalizan una condición social, condición que es sufrida y a la vez negada. Incluso, en la última década, el gobierno ha reproducido estereotipos racistas, alimentado más “el racismo nuestro de cada día”.
Siendo que el racismo no ha sido tratado de manera seria y solo muy ocasionalmente se lo grita, señala y condena, no es de extrañar que los prejuicios racistas abunden entre los bandos enfrentados, como se vio en redes sociales recientemente. Estos prejuicios giran en torno a la idea de una autenticidad indígena que todos suponen saber y defender, sea para justificar o condenar el racismo del que fue víctima una “mujer de pollera”.
Entre los justificadores salían ideas que apuntaban a que los “indígenas” deberían estar en su lugar y así nadie los discriminaría. El racismo funciona aquí mostrando que los “indígenas invaden y por lo mismo ellos son culpables del racismo que sufren; si se quedaran en su lugar todo estaría bien”. Si los indios se hubieran quedado en “su lugar” Bolivia seguiría siendo un país de ciudades pequeñas y cuya población mayoritariamente estaría ubicada en áreas rurales de la parte andina, como lo fue cuando se fundó el país. Sin embargo, las ciudades en este país han crecido por la migración de “indios”, quienes además han hecho el trabajo de construirlas. Avenidas, edificios, parques, etc., han sido hechos en Bolivia con el trabajo de los despreciados indios, como solían recalcar los indianistas desde los años 60. Bolivia es inentendible sin el trabajo de quienes han sido racializados como indios, trabajo que desde la segunda mitad del siglo XX se ha ido concentrando en las ciudades.
Es un proceso general, en el mundo, el desplazamiento de poblaciones desde áreas rurales ha áreas urbanas y Bolivia no es ajena a ello, los “indígenas” no son ajenos a ello porque no son seres de “otra raza”, porque buscan mejores condiciones de vida y en ese proceso sufren racismo. Este ocupar y agrandar las ciudades implica fricciones e incluso da lugar a que ciertas capas sociales van siendo desplazadas por los “invasores”. En el nuestro país, quienes han sido racializados como indios han ido posicionándose en distintos ámbitos laborales, llegando incluso a ser vistos como competencias por capas sociales que de apoco van perdiendo privilegios de casta.
El periodista Carlos Valverde lanzó la “brillantes” observación (para justificar la agresión) de que la mujer víctima de racismo no sería indígena por su educación. Esta es una idea racista muy común pero su forma más habitual de aparición es en la frase: indios ignorantes. Entonces, un “verdadero indígena” sería alguien que no tiene educación, que no habría pasado por la escuela y no estaría “contaminado por la cultura occidental”. Nótese que esta forma de entender a los “indígenas” es compartida por quienes defienden a los indígenas y por lo tanto entienden, como los “anti-indígenas”, que alguien que no se ajuste a esta idea no sería un “auténtico indígena”.
Pero los problemas de racismo, desde la segunda mitad del siglo XX, fueron denunciados por migrantes “indios” que se asentaron en la ciudad de La Paz y que pasaron no solo por la escuela sino también por la UMSA, además de sufrir las limitaciones de la “inclusión” campesina en el Estado boliviano: los indianistas (y luego los kataristas). De hecho, las problemáticas sufridas por los “indios” fueron planteadas a partir de la asimilación de ciertas herramientas adquiridas en las precarias escuelas y la universidad (marcada por prácticas racistas), y esto no es exclusivo de Bolivia. En Estados Unidos fue la formación de una capa intelectual entre los “negros”, a finales del siglo XIX, que dio lugar a la formulación de ideas que dieran cuenta la situación y del racismo sufrido por la “comunidad negra” en ese país. En los procesos de descolonización en África, la intelectualidad “negra” que fue formando ideas sobre la independencia nacional lo hizo en francés o en inglés, según el caso, porque pasaron por las escuelas y universidades que el poder colonial había establecido; como los indianistas y kataristas hicieron en Bolivia (sus ideas se lanzaron dese las ciudades y en castellano).
Pero la idea de que los “indígenas auténticos” carecerían de la educación formal tiene que ver con que se espera que un “indio” no reclame, no maneje las hermanitas que le puedan permitir confrontar una situación desventajosa y que no ponga en riesgo el estatus de poder de una casta. Pero esto solo queda en la idea, que ciertamente se asienta en hechos históricos pero que han cambiado en la actualidad. Víctor Hugo Cárdenas (ex-vicepresidente de Bolivia) es un aymara que no viste tradicionalmente, no vive en el campo, no trabaja la tierra; ¿es un falso “indígena”? Para algunos militantes del MAS si es un falso indígena, incluso sería un “traidor a su raza” (idea racista en extremo). Para muchos opositores, que se desgañitan en redes sociales, Evo Morales es un “falso indígena” por no cumplir con ciertos “requisitos” (establecidos por ONG’s a partir de taras racistas y que hacen abstracción de los procesos históricos), lo que no impide que lo traten de “indio de mierda” o “indio ignorante”. Resalta que en estos dos ejemplos siempre se termina apelando a una naturaleza racial para atacar a uno u a otro, lo que es auténtico racismo.
No hay “indígenas auténticos” porque esa autenticidad indígena es una construcción ideológica que ha buscado justificar la marginación y explotación de quienes han sido racializados como “indios”. Las culturas no están congeladas en la historia, ni en Bolivia ni en ninguna parte del mundo (aunque los cambios culturales tengan distintos ritmos). Sería estúpido esperar que los españoles de hoy sean culturalmente iguales a los que llegaron “hace 500 años” o que los chinos sigan en las condiciones anteriores a “La guerra del opio” (a mediados del siglo XIX). Pero en general, los colonizadores (extranjeros, alienígenas), sea en África o en Asia, así como en América, establecieron estereotipos sobre los indígenas (colonizados) en los que se los presentaba como ajenos a los cambios históricos “porque si” y en ello residía (desde la perspectiva de los colonizadores) su autenticidad.
¿Alguien en la actualidad cuestiona la autenticidad de los chinos por estar produciendo tecnología “occidental” y vendiéndola al mundo? ¿Se pone en duda la autenticidad de los koreanos que hacen k-pop? (no estoy insinuando que en esos países no haya contradicciones y conflictos). En Bolivia la “autenticad” de aymaras o quechuas se pone en duda cuando no encajan en los estereotipos racistas con aires de folklore que la casta blancoide a impuesto para justificar su estatus de poder respecto a los “indios”. ¿Se puede reducir, por ejemplo, a los japoneses a su folklore omitiendo su papel en la economía? En Bolivia muchos reducen a los “indígenas” a cuestiones meramente folclóricas y hasta místicas sin considerar su papel en la economía. Claro, en Japón no hay una casta blancoide que tenga que justificar su dominación folklorizando a los “indígenas” japonenses. Mientras en Bolivia, los “indígenas” no formaron sus propios Estados y vivieron sometidos a una casta que heredó sus privilegios de la colonia y que ha disfrazado su situación de poder con el discurso del mestizaje desde la segunda mitad del siglo XX.
Bolivia ha estado viviendo desde la instauración del “Estado nacionalista (en 1952) un proceso en el que las poblaciones racializadas como indias han ido copando las ciudades y se han ido dando diferencias de clase y de estrato entre ellas. En la actualidad hay “indios” que trabajan la tierra, pastean llamas u ovejas, que están en las escuelas y en las universidades (públicas y privadas), que hacen música (tradicional y contemporánea), que se dedican al comercio o a la docencia, etc., etc., etc. Y este no se da fuera de contradicciones y de hecho un “indio” que ha ascendido socialmente suele emplear el lenguaje racista para referirse a quienes siguen en su anterior condición económica. Entonces es normal oír a un muchacho decir que su papá es “indígena” porque no fue a la escuela o no la terminó mientras él ya se profesionalizó y tiene una vida alejada del área rural.
Uno podría preguntase: ¿un hijo “blanco” o uno “negro” se diferencia “racialmente” de su padre que no tuvo estudios universitarios? En Bolivia los cambios de clase se leen como cambios raciales por el sentido racializado de la estructura social. Las aspiraciones de ascenso social expresan a la vez la idea tonta pero venenosa de “mejoramiento racial”. La búsqueda de este mejoramiento o el afán por mantener un estatus de ventaja (muchas veces solo simbólico) respecto a quienes son considerados de “raza inferior” conlleva tensiones, fricciones y agresiones en las que el racismo hace su aparición como un síntoma del orden social y de los cambios que se van viviendo.
Me he extendido mucho y he dejado muchas cosas sin ser mencionadas, pero antes de cerrar quiero decir que el racismo no solo debe ser denunciado, debe ser analizado, estudiado, pues para enfrentarlo se necesita comprenderlo y esto es algo que no se nota ni en la oposición ni en el oficialismo. De hecho, como ya dije, parece no importarles. Este “me vale” relució tras que el expresidente de España (Zapatero), en un acto en apoyo a la reelección de Evo Morales, puso en evidencia la fachada del discurso anticolonial del gobierno boliviano, lo que fue motivo de burlas por parte de los opositores pero sin considerar lo fundamental: las relaciones de dominación que en Bolivia se heredaron de la colonia. Nótese que los indianistas y kataristas denunciaron las relaciones coloniales en Bolivia, las relaciones en las que los “indios” siempre terminaban subordinados a los “q’aras” como herencia de la dominación española, y esto es pasado por alto por opositores y oficialistas (estos últimos enarbolaron un anticolonialismo contra España y Estados Unidos). Ya un joven alteño (Jesús Humerez) que militó en una organización juvenil del MAS denunció el 2016 (en un artículo publicado en el periódico Pukara: “jailonización del gobierno indígena”) que en el MAS los “indios”, más allá de lo simbólico, tienen un papel secundario y subordinado. Pero esto no es solo un rasgo del gobierno pues en la oposición la cosa no es distinta. Si esto sucede en la oposición y el gobierno, ¿puede importarles seriamente enfrentar “el racismo nuestro de cada día” que se reproduce en otros ámbitos de la vida en el país?
Fuente: https://carlosmacusaya.blogspot.com/2018/04/sobre-el-racismo-nuestro-de-cada-dia.html?m=1&fbclid=IwAR1DhYFFS-IQxfDq7AhO1kvjq5SL4ptuyvsXRIn50j1AyL2uKtZolcX6CJY